Hay que tomar la MUERTE en serio
Es tan versátil, impredecible, inoportuna y despiadada. No es lo mismo hablar de ella que verla venir. No respeta edad, sexo ni color. No hace acepción de personas, condiciones económicas, sociales, culturales ni geográficas. Está dondequiera y como quiera.
No hay nada en ella que “celebrar”. Siempre es dolorosa. Nos arrebata aún al ser más amado. Nos priva prematuramente del mejor cantante, del mejor boxeador, del compañero pastor, del niño que tenía una vida por delante. Siempre nos deja el sabor amargo de privarnos de esas figuras tan queridas que hubiéramos querido seguir viendo en sus mejores años, y que fue esculpiendo su imagen en sus rostros y cuerpos, hasta llegar a traslucir su cadavérica estampa.
La muerte es tan despiadada que nos deja solamente dos opciones: la resignación o la racionalización enmascarada de la dolorosa mueca de “celebrar la vida”.
La muerte al algo tan serio que hay que tomarla en serio. Tan en serio como que es la paga del pecado. Tan serio como para entender que Dios la advirtió a nuestros primeros padres, y que no era un juego de palabras ni estaba asustándonos con “el cuco” o un cuento de misterio que arruinara el sueño de nuestros primeros padres Adán y Eva. Lo cierto es que por su desobediencia, “el pecado entró al mundo…, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12). Pero, todavía más serio y preocupante que la muerte en sí misma, es que “por cuanto todos pecaron, están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23).
“¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” – exclama el apóstol Pablo. Y tiene una sola respuesta categórica y firme: “Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro” (Romanos 7:24 y 25).
La muerte es algo tan serio que Dios la trató muy en serio. Levantó, según su promesa, de la simiente de la mujer, a uno (Jesucristro) para destruir el poder y temor de la muerte con - “la muerte de la muerte en su muerte” –Owen.
Con la muerte de Cristo, para los creyentes en él, se acaba el temor a la muerte. Con la resurrección de Cristo nace un canto de victoria para el creyente “Sorbida es la muerte con victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?”- (1 Corintios 15:54-55).
Aún así, en nuestra experiencia cristiana, la resurrección constituye una esperanza seguro, pero futura. Pero en la muerte y resurrección de Cristo, para el creyente, hay un nuevo significado para la muerte: “Para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Filipenses 1:21). Por eso el cristiano puede decir con el apóstol Pablo: “Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor (porque por fe andamos, no por vista); pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor” (2 Corintios 5:6-8).
Para los creyentes en Cristo, la resurrección del cuerpo está asegurada y garantizada por la resurrección de Cristo (las primicias) y Su segunda venida (cuando el postrer enemigo, la muerte desaparezca para siempre).
Pero, para el no creyente, ni la muerte ni la resurrección constituyen una esperanza sino su desgracia final. Morir sin Cristo es abrir los ojos a una eternidad de tormento irremediable. Y la resurrección una separación eterna de la presencia de Dios.
La muerte hay tomarla en serio. No se acaba todo con ella. Al contrario, es el comienzo de lo mejor o de lo peor. Solamente es ganancia para quienes puede decir ahora: “Para mí el vivir es Cristo.”
Que conste que te lo advertí: HAY QUE TOMAR LA MUERTE EN SERIO.