top of page

Homiletiqueando

Homiletiqueando

En homenaje de agradecimiento a don Armando González, mi maestro de homilética en el Seminario Alianza de Guayaquil, Ecuador, a don Miguel Lecaro, el maestro y modelo de todos en el púlpito del Templo Alianza, y a mi sobresaliente compañero de cuarto en el seminario, Isidoro Cevallos, gran predicador. 

 "Si eres de los predicadores que escriben todo su mensaje, sube al púlpito con un bosquejo de él. Pero, aún si subes con el bosquejo, recuerda que este debe ser para sacarte de aprietos, no para meterte en ellos." Por M. V. M

​

El Movimiento Progresivo

del Sermón Homilético

      Una de las ilustraciones más utilizadas para enseñar lo que es el movimiento progresivo del sermón homilético es la de un vuelo en avión. El avión tiene una pista de despegue, y luego que alza vuelo continúa ascendiendo hasta alcanzar la altura predeterminada para continuar hacia su destino. Una vez se aproxima al mismo, comienza el descenso seguro hacia la pista de aterrizaje. Si lo hace suavemente sin tener un contacto brusco con la pista, se merecerá un aplauso como con el que acostumbran a celebrar mis compatriotas puertorriqueños al tocar suelo puertorriqueño.

       Alguna vez un piloto me dijo que las dos fases más cruciales en un vuelo son el despegue y el aterrizaje.  En el caso del sermón homilético estas corresponden a la introducción del sermón y a su conclusión.  Pero, el sermón también tiene que alcanzar altura, atravesar por las nubes del intelecto, las emociones y la voluntad, siguiendo por lo general este mismo orden.  La buena exposición de su sermón homilético no admite “caídas” o descensos en el vacío, desviaciones de la ruta trazada, zigzag, ni vueltas en círculo, ni lo que es peor: estrellarse.

       Para ilustrar mejor lo que quiero decir, seguramente ustedes han sido testigos de predicadores que despegan con una introducción excelente (haciendo a sus oyentes atentos, dóciles y benévolos). Pero, no pueden mantener un ritmo ascendente, estable y progresivo.  A veces uno se percata de que el mismo predicador va menguando a medida que transcurre el sermón, hasta el punto de provocar cansancio y somnolencia en los oyentes. Es más, uno hasta llega a preguntarse -“¿cuándo va a finalizar? Porque ya me estoy durmiendo.”-  Otros  sermones terminan tan accidentadamente que parecen un aterrizaje forzoso,  o que se estrellaron en la pista o antes de llegar a ella.

       Para terminar con la ilustración, supongo que un avión al igual que un predicador debe utilizar todos los recursos necesarios para lograr su objetivo desde el despegue hasta el aterrizaje. Desafortunadamente, hay predicadores que nunca llegan a “meterse” en su mensaje, ni su mensaje a “meterse” en ellos. El buen predicador debe no solamente entregar su mensaje sino entregarse con él. Como se dice por ahí, en cada sermón “hay que echar el resto”.  Una predicación no es una clase, ni una lectura de poesía. Más bien es una proclama (kerigma) que demanda una concordancia entre el predicador y la naturaleza de este género de la oratoria sagrada.

       Y para el final, final, final, quisiera indicar que mucho del efecto del movimiento progresivo que presupone el sermón, se pierde cuando el predicador no puede despegar los ojos de sus notas, perdiendo el 50% del contacto visual con la congregación.  Es contraproducente un predicador que escribe su mensaje completo, lo lleva al púlpito, y luego quiere predicarlo al pie de la letra (casi leerlo) como si fuera una obra literaria. La predicación no corresponde al género literario sino a la oratoria o retórica sagrada. Y es imprescindible que el predicador esté bien consciente de esto.

Nota: Para más detalles de la preparación y exposición del Movimiento Progresivo del Sermón Homilético les recomiendo el video a que está en este enlace: https://www.youtube.com/watch?v=4cbbroJlhbo

Un Buen Mensaje sin una buena Homilética es un mal Sermón

​

     ¿Ha recibido alguna vez por correo una carta, postal o sobre importante en malas condiciones? A todos nos ha pasado una que otra vez. ¡Que pena que algo valioso o preciado nos haya llegado así!  Exactamente lo mismo sucede cuando recibimos el mensaje de la Palabra de Dios en una mala predicación. Quiero decir, cuando un buen mensaje es arruinado por una mala homilética.

     Cambiemos la figura.  Usted acaba de comprar un buen auto, lo saca del concesionario a la carretera para llegar a su destino, pero si usted no conoce y sigue las leyes de transito, dificilmente llegará a salvo.
Se "comerá" un "Pare", violará un "Ceda el Paso", cruzará un semáforo en la luz roja, hará un viraje prohibido, se pasará al otro carril sin poner la señal o percatarse de si viene algún auto en esa vía, no guardará la distancia con el auto del frente para poder frenar a tiempo, o frenará en el último momento y terminará chocado por detrás, y posiblemente su auto terminará encima del que está delante. ¿Entiende lo que le quiero decir? 

     El resultado de ignorar la homilética o no hacerle caso no deja que el mensaje sea entregado satisfactoriamente en la predicación. Para el predicador responsable, tanto como para congregación atenta y exigente, esto tiene que causarle una frustración que pudo haberse evitado, si el mensaje hubiera sido preparado y entregado siguiendo una buena homilética.

      La homilética es la disciplina que trata de la preparación y exposición de los sermones bíblicos. Tal parece que es una materia des- cuidada por los seminarios o por los seminaristas, porque a mi manera de ver las cosas, tenemos crisis de buenos predicadores y de buena predicación. Ignorar la homilética en la predicación es como querer practicar la medicina sin estudiarla o ejercer la abogacía sin un doctorado en jurisprudencia. Bueno, es peor, porque no hay un oficio más sagrado que la predicación, y esta en todo sentido requiere la mejor y más digna preparación que sea posible. 

El Predicador que Lee su Sermón siempre está en Desventaja

          Siempre que estoy frente a un predicador que lleva escrito todo su sermón al púlpito no puede dejar de pensar en aquella anécdota del estudiante de homiletica que luego de hacer su práctica ante su profesor, le preguntó con mucho entusiasmo: "¿Qué le pareció mi sermón?", a lo que el profesor ni corto ni perezoso le respondió: "En primer lugar, lo leíste. En segundo lugar, lo leíste mal. Y en tercer lugar, no valía la pena leerlo.

          Bueno, estos tres puntos no necesariamente aplican a todo predicador que lee su mensaje, pero por lo menos el primero sí.  Y hay varias razones para sustentar que "el predicador que lee su sermón en el púlpito siempre está en desventaja":

          1.  Un sermón no es una pieza literaria sino de oratoria.  En el púlpito lo que importa es el mensaje bíblico y la destreza oral o dones de oratoria que Dios le ha dado a su mensajero para proclamarlo.

          2.  El predicador que lee su mensaje pierde el contacto visual con la congregación.  Pone los ojos en el papel en vez de ponerlos en la gente que lo escucha. 

          3.  Hace que la gente piense que "tiene que leerlo porque no domina bien el asunto del que está hablando".

          4.  Hace al predicador "mecánico" y "frío".  El predicador que lee, no está "pensando" , pierde espontaneidad, y por ende, la dinámica correcta que debe haber entre él y su audiencia.

          La aplicación y conclusión de todo esto es que si usted es de los predicadores que escribe todo su sermón:  léalo y estudielo buen en su casa y oficina, pero por favor, no suba al púlpito con esa pieza literarias sino con un bosquejo que le sirva de guía.  Y cuando lo predique no cometa el error de recitar (repetir de memoria) todo lo que escribió, porque la congregación percibirá que a su sermón le faltó el corazón del predicador y la unción fresca del Espíritu Santo.

          A fin de cuentas, si usted no puede predicar su sermón sin tener que leelo, algo está mal en su preparación.

  

         

           

bottom of page