Bástate MI Gracia
“Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad.”
2 Corintios 12:9
No puedo ni siquiera imaginarme al apóstol Pablo siendo como uno de los superhéroes del cine norteamericano. He llegado a la conclusión de que él no presumía, ni pretendía proyectarse como alguien contra quien rebotaban “las balas del maligno”, “inmune a toda enfermedad y prueba”, “espiritualmente invulnerable” y con una “voluntad inquebrantable”.
Casi puedo escuchar el palpitar de su corazón, a flor de labios, confesando que ha tenido que pedirle al Señor que le libre de un sufrimiento que le era personalmente insoportable. Por lo que conozco de su vida, posiblemente era una enfermedad en sus ojos, cruel para él y repugnante a la vista de los demás. Supongo, que tampoco estaría lejos de la verdad, que la causa justa de su clamor angustiado fuera la asechanza continua de los enemigos del evangelio que le seguían de ciudad en ciudad, indisponiéndolo y colocando su vida una y otra vez en peligro de muerte. O, por otra parte, que fuera blanco continuo de algún ataque diabólico que lo humillara en lo más íntimo de su ser. Lo cierto es que Pablo percibe su situación dramáticamente como “un mensajero de Satanás que lo abofeteaba”, seguramente de la manera más humillante para un judío: con el reverso de la mano.
A su angustiado y repetido clamor para que el Señor lo librara de una vez y por todas de lo que haya sido, Cristo le responde de la misma forma en tres ocasiones distintas: “Bástate mi gracia”.
De esta experiencia del apóstol Pablo he aprendido, a lo menos, tres cosas:
1. Que no importa cuál sea la prueba, enfermedad, crisis, adversidad o conflicto en que te encuentres, Cristo me dice: “Bástate mi gracia.”
2. Que no importa el tiempo que dure esa situación y las veces que le pueda pedir que me saque de ella o la quite de mí, él me repite: “Bástate mi gracia.”
3. Y que no importa cuán intensa e insoportable se torne todo para mi, él me asegura: “Bástate mi gracia.”
Y mi amado Señor tiene la mejor razón para justificar su respuesta: “Porque mi poder se perfecciona en la debilidad.” A lo largo de esta jornada he aprendido que la gracia de Dios es suficiente para hacerme fuerte aun cuando soy tan frágil y débil como el que más. Desde lo más profundo de mi corazón resuenan los ecos de mi humilde tributo al Dios de toda gracia: ¡Sólo Su gracia me ha sostenido! ¡Soy lo que soy por la gracia de Dios! ¡No yo sino la gracia de Dios en mí!