LA DESAPASIONADA PASIÓN DE JUAN EL BAUTISTA POR ISRAEL
“No piensen que podrán alegar: “Tenemos a Abraham por padre”. Porque les digo que aun de estas piedras Dios es capaz de darle hijos a Abraham. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles, y todo árbol que no produzca buen fruto será cortado y arrojado al fuego.”
Mateo 3:9-10 (NVI)
Muchos apasionados por el lugar preferencial del Israel nacional como pueblo de Dios de todos los tiempos, deben desapasionarse con estas palabras de Juan el Bautista. Él, que era israelita de pura cepa, y perteneciente al orden sacerdotal de Israel, le echa un balde de agua fría a aquellos judíos que intentaran refugiarse en algún privilegio racial o nacional para minimizar sobre sus personas la contundente denuncia de pecado y llamamiento al arrepentimiento de su mensaje.
Los desarma, neutraliza y saca de balance por completo: “No piensen que podrán alegar: “Tenemos a Abraham por padre”. Pero, aun más, los baja del cielo de su orgullo nacional y los pone al nivel de las piedras. Les desarraiga de sus reclamos de exclusividad, y les dice: “que aun de estas piedras Dios es capaz de darle hijos a Abraham.”
Y como si esto fuera poco, les dice que todo lo que ellos eran o pretendían ser, no les serviría de nada a menos que se arrepintieran y dieran buenos frutos (frutos que demostraran su arrepentimiento). Juan sabía muy bien, y le recordaba a su pueblo, que por causa del pecado había venido el castigo de Dios en el pasado: la división del reino, la dominación y destrucción por los Asirios y Babilonios, el amargo exilio, la desaparición de 10 de sus tribus, un retorno sin brillo y una inestabilidad y frustración por el paso de manos de medo persas a griegos y finalmente a romanos. Haber faltado (pecado) a su Pacto con Dios en más de una forma había sido la razón de toda sus desgracias y maldiciones.
Si no cambiaban esa mentalidad exclusivista y se volvían a Dios en arrepentimiento, su futuro sería peor que todo lo que les había antecedido. Porque del Señor a quién le estaba preparando el camino, les advierte: “Su aventador está en su mano, y limpiará su era; y recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca de apagará.” –Mateo 3:12
Algunos buenos, pero equivocados hermanos, no acaban de darse cuenta de que Dios ha puesto tanto a judíos como gentiles en el mismo nivel bajo pecado, para tener la misma y única misericordia tanto de los unos como de los otros por medio de Jesucristo. Pablo dice claramente: “¿Qué, pues? ¿Somos nosotros (los judíos) mejores que ellos? En ninguna manera; pues ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos están bajo pecado (Rom. 3:9). Por cuanto no hay diferencia, por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios (Rom. 3:22b-23). ¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida (Rom. 3:27). ¿Es Dios solamente Dios de los judíos? ¿No es también de los gentiles? Ciertamente, también de los gentiles. Porque Dios es uno, y él justificará por la fe a los de la circuncisión (judíos), y por medio de la fe a los de la incircuncisión (gentiles) (Rom. 3:29-30).”
Hermanos, no dejemos que la pasión nos ciegue. La salvación del pecado es solo por gracia, por medio de la sola fe en Cristo solamente. No caben obras, ni privilegios de ninguna clase, que no sean los ganados y otorgados por Cristo. Los verdaderos hijos de Abraham, los verdaderos hijos de Dios, son los creyentes en Jesucristo. Pablo tuvo que considerar todo lo demás como pérdida y basura por causa de la excelencia del conocimiento de Jesucristo.
En el evangelio de Jesucristo no hay una esperanza, ni estatus particular ni privilegiado para Israel aparte de Cristo y formar parte de su Iglesia. Tenemos que orar por la conversión de los judíos como oramos por la de los gentiles. Debemos orar por la nación de Israel como oramos por los países de los que procedemos y donde vivimos. Debemos respetar las iglesias cristianas de judíos como reconocemos y respetamos las demás iglesias étnicas en los Estados Unidos y otros países del mundo. Pero, de eso, a orar y esperar la restauración de Israel como “el pueblo de Dios” aparte o después de la Iglesia, es una pasión distinta a la de Juan el Bautista y del apóstol Pablo.
Recuerda que “Dios puede levantarle hijos a Abraham aun de las piedras”, y tú y yo somos parte de ellas.