Si hoy escuchas su voz ...
Le habíamos presentado el evangelio de salvación en una forma clara y personal en más de una ocasión. Pero, ahora, teníamos una más contundente y persuasiva razón para hacerlo. Me había tocado la nada grata tarea de comunicarle que su enfermedad era terminal, y que sus días estaban contados. Que pronto, y fuera de toda duda, partiría de la tierra de los vivientes al mundo de los muertos. Que su destino eterno dependería de si le acreditaba mediante la fe la obra de Jesucristo, o el persistía en aferrarse a la suya propia. Posiblemente pensó que yo estaba exagerando el diagnóstico o la urgencia de profesar su fe en Cristo antes de que fuera demasiado tarde.
La próxima y última vez que le vi fue en el hospital. La condición de sus extremidades inferiores, era muy lastimosa y desgarradora a la vista. Le entregué un encargo que me había hecho. Y en eso entró una enfermera. Le dije, entonces, tenía que despedirme porque estaba de paso hacia la iglesia. A espaldas de la enfermera, le hice señal con la mano apuntando hacia el cielo. Entonces, irrumpió con desgarradora emoción rogando que oráramos por él en esa reunión, que si Dios lo sanaba, “se metería en la iglesia” por el resto de su vida.
Mi amigo, por el cual mi esposa y yo dimos la buena batalla para ayudarlo a salir de la adicción a la heroína, y que había llegado a ser como de nuestra familia, no sobrevivió el fin de semana. Aunque sólo Dios conoce la verdad en lo íntimo, tengo la dolora impresión de que hizo todo lo contrario a la que dice Dios en su Palabra: “Cuando oigan hoy su voz, no endurezcan el corazón” (Hebreos 3:15) “Pues Dios dice: «En el momento preciso, te oí. En el día de salvación te ayudé» Efectivamente, el «momento preciso» es ahora. Hoy es el día de salvación” (2 Corintios 6:2).
El asunto de tu salvación o perdición eterna es algo demasiado importante para tomarlo con liviandad o dejarlo para otro momento. Cuando Dios te dice “hoy es el día de salvación”, es porque Él sabe que nadie puede añadirse ni garantizarse a sí mismo otro día de vida.
No endurezcas tu corazón hoy, porque mañana podría ser demasiado tarde, y el lamento será por toda la eternidad. – “Hablemos claro.”