EL CONOCIMIENTO DE DIOS ES...
Esencial para la verdadera adoración cristiana. Aunque parezca contradictorio, el primer capítulo de la Confesión de Westminster no trata acerca de Dios sino de Las Sagradas Escrituras. ¿Por qué? Sencillamente porque la Biblia siendo revelada e inspirada por Dios, constituye la fuente infalible de Su conocimiento. Y nosotros al Dios que adoramos es al Dios de la Biblia.
En el Antiguo Testamento Dios fue bien claro en revelarse a sí mismo en su Palabra, y la manera en que exigía ser adorado. El libro de Levítico es uno dedicado a Su culto y adoración. Dios nunca ha dejado, ni a la discreción, ni a preferencia de su pueblo la forma y manera en que ha de ser adorado.
Cuando llegamos al Nuevo Testamento, en el avance de la revelación progresiva, el mismo Señor Jesucristo se encargó de dejar bien claro esto: “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4:23-24). Lo cual presupone que no todo adorador es un verdadero adorador, ni toda adoración es una verdadera adoración.
Con esto en mente comparto con ustedes algunas líneas del libro La Existencia y los Atributos de Dios, del Daniel Chamberlin, que me regaló recientemente el pastor Martin Hoffman de Providence Baptist Church en Lecanto, FL.
“La adoración debe ser adecuada a la naturaleza del objeto adorado. Tiene que haber cierta proporción entre Dios y la forma en que le adoramos. Si Él fuera un cuerpo, con imágenes y movimientos físicos podría bastar. Sin embargo, porque Él es Espíritu, no buscamos tanto una voz en alto como un alma elevada; no tanto una rodilla doblada, como un corazón quebrantado; no tanto un sonido afectado como un espíritu que gime.” “Pecamos cuando no adoramos a Dios de la forma correcta de la misma manera que lo hacemos cuando no le adoramos en absoluto.”
Hace algunos años que yo me percaté de esta estremecedora verdad, y tomé todas las medidas necesarias para que el culto de la iglesia que pastoreaba fuera un verdadero culto a Dios. No un programa, no un entretenimiento, no una apelación a la carne, ni una adopción de lo que está de moda en el mundo; que no fuera ni “fuegos artificiales” ni “fuego extraño”. Que resultara en un verdadero diálogo e interacción entre nosotros y Dios, y Dios y nosotros. Nos suscribimos a los principios regulativos del culto cristiano, y erradicamos todo aquello que nos distrajera u obstaculizara el que fuéramos verdaderos adoradores, y Le tributáramos una verdadera adoración que fluyera ininterrumpidamente de principio a fin.
Tengo la convicción profunda de que todo pastor y toda iglesia debería procurar con toda seriedad someter estrictamente su culto al criterio bíblico de “adorar en espíritu y en verdad”, si es que queremos ser verdaderos adoradores. Y estoy seguro que si hacemos este ejercicio, encontraremos que en nuestros cultos hay algunos elementos que incorporar, algunas cosas que eliminar, y otras que modificar.