Adornando la Doctrina con Piedad
Los ministros, los ancianos y los líderes de la iglesia tenemos la enorme responsabilidad de modelar al Señor y su Evangelio. Somos figuras públicas que podemos servir para el levantamiento o la caída de muchos. No hay forma de evadir esta realidad. El apóstol Pablo entendió y practicó esto ¡tan bien!, que podía decir: “Sed imitadores de mí, como yo de Cristo.” El impacto de su vida y testimonio fueron tan impresionantes en otros, que en sus propias palabras el resultado fue: “glorificaban a Dios en mí” (Gálatas 1:24). Pero también advirtió acerca de aquellos que toman la piedad como fuente de ganancia, que se envanecen, y tienen conductas contraproducentes: “Si alguno enseña otra cosa, y no se conforma a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad, 4. está envanecido, nada sabe, y delira acerca de cuestiones y contiendas de palabras, de las cuales nacen envidias, pleitos, blasfemias, malas sospechas, 5. disputas necias de hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de ganancia; apártate de los tales” (1 de Timoteo 6:3-5).
Evidentemente hay una doctrina que es conforme a la piedad cuyo resultado es un adorno llamativo que produce que glorifiquemos a Dios en la vida de sus ministros. Pero hay una piedad fingida, profesional, centrada en uno mismo, en el orgullo intelectual, la arrogancia, la codicia y la complacencia de la carne, que sirve de descrédito a Cristo y su Evangelio. Y hay tantos ministros y líderes de la iglesia que se esconden detrás de las “excusas piadosas” para justificar sus vidas “con olor a muerte para muerte”. Uno los escucha decir: “No me miren a mí sino a Cristo.” Por bonito que esto nos pueda sonar, no es sino una salida fácil para justificar nuestra falta de la verdadera piedad que produce la Palabra y nuestra comunión con Dios. Porque la triste realidad es que no pueden decir: “Ya no vivo ya, mas vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20).
Y es que, en el último análisis, la gente a quien nos ve es a nosotros. De quien oyen la predicación es de nosotros. A quienes han confiado su cuidado espiritual es a los pastores de la iglesia. A quienes ellos tienen como modelo delante de sí es a nosotros. No esperan menos de nosotros que lo debemos ser, en el mejor sentido bíblico de la palabra: “hombres de Dios”. ¡Cuán contraproducente para el evangelio, la doctrina y la piedad es un pastor que habla malo, que cuenta chistes subidos de tono, que participa ocultamente de la pornografía, que coquetea con las hermanas de la iglesia, que trasquila económica y materialmente a las ovejas para su propio beneficio personal.
¿Estaremos bien conscientes los pastores y líderes de la iglesia de la responsabilidad espiritual que tenemos con el rebaño que Dios nos ha dado? ¿Estamos viviendo como Dios manda y corresponde ante nuestras esposas e hijos? Uno puede simular la piedad en público, pero, ¿cuál es el veredicto de nuestras esposas e hijos que saben cómo vivimos en el contexto familiar?
Si usted nunca había reflexionado seriamente sobre esto, es hora de hacer un alto en este mismo momento. Algún día los pastores y líderes de la iglesia tendremos que rendir cuentas al Pastor de los pastores. Y ¡ay de aquel que haya sido piedra de tropiezo y de escándalo a quienes Dios puso bajo nuestro cuidado! Lo más triste que le podría pasar a un pastor es que cuando llegue la hora de la verdad el Señor le diga: “No te conozco. Apártate de mí. Porque lo que le hiciste a uno de estos pequeños que creen en mí, a mí también me lo hiciste.”