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Disimular el dolor, duele más.

Él acababa de ser proclamado rey de Israel. Algo que nunca buscó, y para lo que se sentía insignificante e indigno. Inclusive en el momento de su proclamación pública, no aparecía, estaba escondido. Pero el momento había llegado por la providencia y designio del Señor. Finalmente sale a la palestra pública. "El pueblo clamó con alegría, diciendo: ¡Viva el Rey! Pero algunos perversos dijeron: ¿Cómo nos ha de salvar éste? Y le tuvieron en poco; y no le trajeron presente; más él disimuló." -1 Samuel 10:24 y 27

Si usted toma en cuenta que Saúl aventajaba en estatura, de los hombros para arriba, a todo el pueblo. Y que desde la altura podía percatarse fácilmente de la expresión corporal de estos perversos, ya se puede imaginar como pudo haberse sentido. Posiblemente hubiera preferido que se lo tragara la tierra, o a lo menos, no ser tan alto como para tener que sentirse objeto visible del menosprecio de su propia gente. Tener que disimularlo, sin un comentario, sin un reproche, sin una mirada o reacción de molestia, tiene que haberle dolido más.

Tal vez, usted y yo que a veces hemos pasado por experiencias parecidas a la de Saúl, podemos comprender mejor por qué a veces disimular duele tanto. Y posiblemente lo más que duela sea que nos causaron dolor sin disimularlo. Lo peor del caso es que esas caras y esos momentos son ¡tan difíciles de olvidar!

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