"Nuestro Juramento"
Uno de nuestros pasatiempos favoritos en esta etapa de retiro en la Florida es visitar esos mercados pueblerinos tipo "pulgueros". En uno de ellos, localizado en un pueblecito llamado Webster, fuimos cautivados por un "puesto" en particular que exhibía la una hermosa, colorida y basta variedad de artesanía ecuatoriana. No puede evitar remontarme en mis recuerdos a aquellos años en los que terminé mi adolescencia y comencé mi juventud en Ecuador, país al que considero mi segunda patria.
Para hacer el momento más nostálgico y emotivo, se amenizaba la recreación visual con la inconfundible melodía de "Nuestro Juramento", a la que el hábil y admirable otavaleño, acompañaba con una demostración y promoción de las tristes notas de su fiel "rondador". Tan pronto finalizó la pieza musical, le pregunté con una mezcla de orgullo y ansiedad: "¿Sabes quién es el autor de esa canción?" A lo que él respondió sin titubear -"Julio Jaramillo, del Ecuador". Entonces, frustrado por su contestación, no pude evitar corregirlo con cierta firmeza: -"No, esa canción se titula "Nuestro Juramento", y es del puertorriqueño Benito de Jesús." Honestamente, no podía hacer "mutis" ante esa equivocada desinformación. ¡Cómo quedarme callado! Yo que crecí escuchando al Trío Vegabajeño, que hice mi primer pastorado en el Cruce Dávila de Barceloneta cerca la casita emblemática de don Benito. Que fui ministro oficiante en las honras fúnebres de su amada esposa, motivo de su canción. Que también acompañé años más tardes al propio don Benito a su morada final, junto a su amada, en el cementerio de Barceloneta. Y además, cómo se hubiera sentido Benito de Jesús, hijo; y mi buen amigo de tan buenos años y aventuras, Carlos Alberto de Jesús, si yo hubiera optado por el silencio.
Por supuesto, que al hermano ecuatoriano, no le estuvo nada bien la corrección, y continuó tercamente insistiendo en que era de Julio Jaramillo. Lo único que se me ocurrió decirle para persuadirlo fue: "Si tuviera un millón, te lo apostaría, seguro de que voy a ganar. Haz tu tarea, investiga." Entonces, le felicité por su hermosa artesanía, y continuamos nuestro paso.
Hoy, con la mente más despejada de emociones y apologías, he pasado gran parte de la madrugada pensando en aquellas palabras del poema ecuatoriano declamado magistralmente por Beto Méndez: "pensaste hacerme una ofensa, pero a mi me supo a alabanza". Después de todo, que una canción haya sido tan y tan buena, y haya sido cantada infinitamente por un emblemático intérprete ecuatoriano como Julio Jaramillo, y que todo un país llegue a considerarla tan suya, nos deja con el atenuante sabor de que la buena música no tiene fronteras. Y que los ecuatorianos la sientan como algo tan suyo, es algo que de alguna manera es un buen ejemplo de la transcendencia a que aspira todo compositor. Es algo así, como cuando Rafael Amor escuchó con asombroso deleite que en una protesta iban cantando una de sus composiciones más queridas, y uno de los manifestantes le sacó del trance silente, reclamándole el por qué no cantaba como los demás o es que, acaso, no se sabía la canción (sin saber que estaba interpelando a su compositor).