"¿Qué quieres que te haga?"
Esa fue una pregunta que demandaba una respuesta concreta. Y así fue. Aquel hombre que se percató auditivamente de la presencia de Jesús, y que se sobrepuso a la multitud con sus gritos angustiosos -"¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!" (Y esto, a pesar de que la gente le reprendía para que se callase). Ese drama humano de angustia y desesperación hace que Jesús se detenga y le preste toda su atención: -"¿Qué quieres que te haga?" A lo que el hombre le respondió: -"Maestro, que recobre la vista."
Este hombre había perdido algo tan valioso para todos como la vista. La perdida de su visión seguramente le había cambiado la vida. Ahora tenía un impedimento serio, seguramente tenía que depender de otros, y lo más probable, tener que sobrevivir cada día de la caridad de unos y de la indiferencia de otros. Evidentemente, el paso de Jesús por Jericó representó su única esperanza ante su impotencia para recobrar su vida normal.
Sin lugar a dudas que no hay nada que nos sumerja más en el mismo estado de ánimo de este hombre que la enfermedad y la muerte. Pero no son los únicos golpes de la vida que logran doblegarnos. Hay otros en los que también nos va la vida de una u otra forma: el divorcio, los problemas familiares, las adicciones, la perdida de un empleo, el colapso económico, el exilio, las demandas, el desahucio, el embargo, la quiebra. Y para cada uno, cualquiera que sea su piedra en el zapato, es su molestia más trascendente y urgente.
Y cuando llegamos a esa crisis existencial, nos damos cuenta de que hay sólo Uno que representa nuestra única esperanza, JESÚS. Y si de algo podemos estar seguros es que a su paso Él se detiene a escuchar nuestro clamor y petición. Y sea lo que sea que el Señor vaya a hacernos, lo va a hacer como un acto de misericordia. Y sea cual sea la forma en que Él nos muestre su misericordia, "Su misericordia es Mejor que la Vida".